El “papá” del sushi

Un venezolano que sostiene a sus hijos con autismo, gracias a su emprendimiento en Riohacha
Luis Guillermo Ávila es un cocinero venezolano migrante en Colombia

“Cuando las cosas son para uno ni que te quites”, afirma con entusiasmo Luis Guillermo Ávila y hasta lo publica en su cuenta de Instagram, de ese modo abre la puerta para contar su historia de superación que lo ha llevado de empleado a dueño de su propio negocio.

Luis relata que en plena pandemia perdió su puesto de trabajo pero no se amilanó ni se enfocó en buscar uno nuevo, sino que fijó su vista en una meta concreta: iniciar un negocio de sushi en Riohacha, con un menú creativo, innovador y colmado de la experticia de años de trabajo en el mundo de la cocina japonesa, en su natal Maracaibo, al noroccidente de Venezuela.

“La noche en que regresé del trabajo sabiendo que era la última fue muy duro decirle a mi familia que hasta ese día tenía trabajo pero el apoyo fue inmediato y al día siguiente ya estábamos evaluando todo para empezar a trabajar en función de la creación de Tiger Sushi”, relata Luis recordando los nervios que lo invadieron aquella noche y resaltando además la importancia del trabajo de articulación que desarrolla la Asociación Salto Ángel, quienes con anterioridad habían planteado ante la Fundación para el Desarrollo Panamericano (FUPAD) la idea de negocio que él venía concibiendo tímidamente en su cabeza, logrando su inclusión en un programa de apoyo al emprendedor y coincidió que por los días de su despido, le notificaron que recibiría una dotación de una cocina, una freidora y un congelador.

“¡Era el momento!”, dice Luis, así que con el dinero que tenía ahorrado y junto a su esposa, hicieron los trámites de registro de su negocio, compraron los insumos necesarios, crearon su menú y apenas FUPAD entregó la donación, arrancaron con el servicio delivery de un proyecto con futuro en un rubro novedoso en la capital Guajira.

“¿Fresco o tempurizado?” es quizá la pregunta que Luis más ha realizado en los últimos días y la que desea seguir haciendo no solo a sus clientes de Riohacha sino en otras ciudades de Colombia, el país que vio nacer a su mamá y donde aspira hacer crecer su sueño y el de su familia.

Un motor llamado “autismo”

Pero el negocio ha sido apenas la excusa que le ha permitido a Luis Guillermo caminar con paso firme. Su verdadera motivación son sus tres hijos y Mariana Aguilar, su esposa desde hace 15 años. En efecto, su empeño de ofrecerles seguridad y una mejor vida, fue la razón por la que cruzó frontera.

Habla de la migración como el “reseteo de su vida”, el momento donde decidió dejar todo atrás incluso el trabajo social que desarrollaba junto a su esposa, quienes movidos por la experiencia propia de dos hijos diagnosticados con el síndrome del espectro del autismo, lideraban la Fundación “Voceros del Autismo”, una organización centrada en ayudar y orientar a las familias de niños y jóvenes con dicho diagnóstico, pero su trabajo social comenzó a generarles conflictos por denunciar en ocasiones, situaciones que afectaban a los chicos y que iban en contra de los intereses de los gobernantes del vecino país, a tal punto de ser víctimas de persecuciones y amenazas.

“Nuestro espíritu de cooperación con quienes lo necesitan ha sido lo que nos ha hecho vincularnos como voluntarios de la Asociación Salto Ángel, pues sentimos que somos una familia que agradece por las pruebas que la vida nos ha puesto. Que hemos superado las barreras de la desinformación sobre un diagnóstico y que hemos visto revertir pronósticos médicos muy especialmente sobre nuestro hijo mayor, con quien los especialistas no tenían mayores expectativas del desarrollo de su aprendizaje y cada día nos demuestra lo inteligente que es y lo autodidacta en muchísimas áreas, entre ellas la tecnología a través del manejo de software especializados”, cuenta el cocinero.

Luis Guillermo cuenta que Johan Javier, su hijo mayor, es ejemplo de lo que se logra con amor y constancia pues asegura que cuando hablan del diagnóstico del chico -ahora adolescente- muchos lo imaginan usando pañales o haciendo movimientos repetitivos, pero se llevan una gran sorpresa cuando ven a un joven que saluda, cuida de sus hermanos menores, participa de los juegos familiares y hasta corrige a su mamá cuando pronuncia alguna palabra subida de tono.

Actualmente el joven no asiste a una escuela formal, pues en Riohacha no existen centros de atención integral que brinden herramientas para la vida de jóvenes con discapacidad, sin embargo, en casa y siguiendo las orientaciones de los especialistas que lo atienden desde sus primeros años, realizan ejercicios físicos e intelectuales que lo ayudan en el desarrollo de sus habilidades.

A la receta de amor y constancia, el cocinero ha añadido la paciencia para sacar adelante a Luis Antonio, su segundo hijo diagnosticado de igual modo con autismo, quien demuestra constantemente las habilidades para la escultura y la música, y también a Rousi Marian, la consentida de la casa, quien tiene su propio roll de sushi que muy pronto será incluido en la carta del naciente negocio de su papá.

Luis se siente orgulloso de sus logros y destaca que han sido posibles gracias a la energía que le inyectan su esposa y sus hijos. Asegura que en La Guajira ha encontrado oportunidades que ha visto en el momento preciso y ha sabido aprovechar, por eso sigue trabajando sin pausa, haciendo cortes firmes y precisos sobre sus pescados envueltos de arroz, estudiando el mercado y ofreciendo fusiones atrevidas como el roll de pollo apanado, con topping de tocineta, una manera de asociar sabores ya conocidos por los comensales, con los que pudieran resultarles novedosos. Él es, sin duda, el “papá” del sushi en Riohacha.

*Por Osiris Ceballos 

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